1860-11-29. Carta de Cecilia Böhl de Faber a un desconocido
- ES 28079 AAM ES-28079-AAM-A.PERS-AMAT-03-02-16
- Unidad documental simple
- 1860-11-29
Parte de Archivos personales custodiados por el Archivo del Ateneo de Madrid
Según el epistolario editado en 1912 es copia de una carta dirigida a persona desconocida, que Cecilia Böhl de Faber envía a Miguel Velarde en su carta de 11-12-1860. Expone su protesta contra el bochornoso espectáculo que supone la matanza de cerdos en las calles céntricas de Sevilla y suplica la mediación ante el ministro de la Gobernación para que haga cesar este escándalo.
TRANSCRIPCIÓN:
Fernán Caballero = Mi muy querido y apreciable amigo. Vd. conoce toda mi repugnancia a aumentar la enorme falange de "empeños" que molestan al que "puede" y a los órganos por los cuales pueden llegar al poder estos empeños; y no obstante tal es el caso, que me decido a importunarle para que llegue a oídos de S. E. el Señor Ministro de la Gobernación una atrocidad que antes no se veía en Sevilla, pero se va extendiendo en paz y buena armonía con las luces de gas, y otros embellecimientos costosísimos de la población y es, este culto adelanto… ¡¡¡¡la matanza de los puercos en las calles, aun las más céntricas y públicas!!!!
No pudiendo creer sino que esto fuese un abuso tolerado por los Municipales merced a algún trago de vino o remesa de cigarros, supliqué a los diarios que lo hiciesen notar, y así hicieron aunque tibiamente; pero figúrese V. mi asombro cuando al día siguiente leímos en uno de ellos ¡el siguiente suelto!
[En la primera página, enmarcado en el ángulo inferior derecho, se transcribe el texto del suelto del periódico a que hace referencia]:
“Hemos recibido explicaciones acerca del suelto que publicamos en nuestro número de ayer, referente a la costumbre de hacer en la calle la matanza de los cerdos.
Según se nos informa, parece está prohibido que se efectúe dicha operación en las calles, cuya orden se hace observar con bastante rigor: pero como no todos los establecimientos que se destinan a aquella industria están dotados de oficinas donde ejecutar cómodamente las matanzas, sucede que algunos chacineros piden permiso para hacerla en las calles, en cuyo caso reconoce el local una comisión del Ayuntamiento o un dependiente autorizado y solo se "concede la licencia pedida" cuando se adquiere el convencimiento de que no es posible matar dentro”.
Ahora bien, lógicamente debe permitirse a los infelices que vivan apiñados en mazmorras, que guisen, laven, coman y duerman en las calles, porque no pueden hacerlo "cómodamente" en sus casas.
Hace pocos días que venía yo por las gradas de la Catedral con un joven educado en Inglaterra, de repente exclamé inmutada: volvámonos atrás, corramos… ¿Qué hay? ¿qué sucede? -me preguntó- ¿No ves aquellos aparatos? –contesté- ¿no oyes esos gritos terribles del pobre animal que van a matar? ¿En la calle? ¿frente a la Catedral? –exclamó- No puede ser. Sí, así es, por otras muchas calles sucede lo mismo, respondí trémula y horrorizada. ¡Y luego se quejarán los españoles, repuso el joven, de que los extranjeros digan que el África empieza en los Pirineos!
Las gacetillas que esto censuraron lo hicieron bajo del punto de vista de "estorbar" el "paso", de ser una "vista repugnante", y consideraciones de segundo orden y "materiales" que por lo visto es lo solo "entendible" para esos señores. Pero no es esta la cuestión principal respetable y atendible; lo es la "humanidad"; la gran mayoría de las personas real y no factoriamente [sic] cultas tienen en muy poco un estorbo en las calles que les obligue a dejar la acera, pero tienen en mucho, muchísimo, no verse obligadas a presenciar el cruel y angustioso espectáculo de ver matar y sufrir a un ser viviente, de ver su cruel agonía; de oír los gritos y quejidos del dolor, el estertor de la muerte; todo esto afecta, en particular a las señoras, de un modo imponderable.
¡¡Cuánto se escribe en nuestra época sobre educación y con qué prosopopeya se le recomienda a los padres el cuidar de la de sus hijos!! ¡Oh! ¿y es también parte de la educación y buena dirección de los niños el que presencien este espectáculo atroz y cruel al que acuden presurosos? ¡Ciertamente que con semejantes espectáculos en la niñez y los toros en la juventud, se formarán buenos y compasivos corazones!
Suplico a V. en nombre de la humanidad de la cultura, de la santa y dulce lástima, que suplique a la autoridad suprema haga cesar este escándalo que todo el público a una vez reprueba y deplora.
No se pagan las contribuciones municipales para el lujo de los paseos, del alumbrado, ensanche de las calles y todo estos objetos "exteriores" y "vanos" (gusto de la época) sino que se paga para vivir en paz y con decencia y no ver convertidas las calles por que transita en carnicerías. Lábrese en el Perneo, si no existe, un pequeño matadero de cerdos, que eso bien poco puede costar, donde puedan matarse los puercos; y que como las reses sean conducidos ya muertos en el recinto. Preste la autoridad oídos, no solamente a los periódicos que por su propia autoridad se han constituido en sus guías y impertinentes consejeros, pero también a miles de pacíficas vecinas que amargamente se quejan del vejamen que llevo expuesto y que reverentes le suplican en nombre de cosas tan castas y respetables como lo son la humanidad, la compasión y la delicadeza de sentimientos, que lo destierre.
Como V. posee en altos grados estos sentimientos, puesto que nada que sea noble y bueno falta a su privilegiado ser, por eso me he atrevido a suplicarle que sea nuestro intermedio con el Señor Ministro de la Gobernación, esperando con tranquilizadora esperanza que una petición tan justa dirigida por un conducto tan autorizado y atendible tenga el éxito feliz que de todo corazón ruego a Dios que tenga. Su más sincera amiga y S. S. Fernán Caballero. Sevilla. 29 de noviembre de 1860.